Más allá del griterío ensordecedor de las fans, más allá de la firma de autógrafos y de la adoración platónica, la groupie entrega su cuerpo al artista por iniciativa propia. El fenómeno groupie alcanzó su apogeo en los años ’70. Cuando la mayoría del territorio de los EE.UU. se hallaba literalmente invadido por grupos de Rock de gira y en cada bar de carretera había un músico mitigando su resaca con café, las osadas groupies hallaron su forma de vida cerca de las rutilantes estrellas de la música. Sexo, drogas y Rock and Roll… ¡Por supuesto!
Del sinuoso contorneo de caderas de Elvis Presley a la latente obscenidad de Mick Jagger, el Rock atrae como un imán a hombres y mujeres ávidos de sexo, dispuestos a pegarse literalmente al culo de las estrellas, esperando contagiarse de su fama, pidiendo a gritos un poco de atención para así rozar el olimpo. Hubo un tiempo en el que ser músico de Rock era algo digno y especial, pero ahora las busca-fortunas se ceban en políticos y deportistas, poderosas figuras mediáticas infladas de superficialidad con los ingresos necesarios para ofrecer a cualquiera una vida llena de lujo y comodidades. A diferencia de la fan, la groupie está dispuesta a todo, buscando a cambio una recompensa y en raras ocasiones haciéndose imprescindible. A un nivel mucho más cutre, la telebasura del corazón muestra en sus platós a admiradoras despechadas que se humillan por 300 euros y un minuto de audiencia: Lamentable… El espíritu afable, abierto y liberal de la groupie clásica ha muerto sepultado entre balones de fútbol y trajes de luces. Pero como digo, hubo un tiempo, si, lo hubo, en el que estas cariñosas mujeres ejercían literalmente de esposas en la carretera para la mayoría de los músicos de Rock. El vocalista de Led Zeppelin, Robert Plant, distingue entre las chicas que “buscan sexo esporádico” y las que “aspiran al trono de acompañante” para toda una gira. Estas últimas no dudan en ocuparse los asuntos (vestuario, drogas, hoteles) del artista, quitándole trabajo, apaciguando entretanto su soledad con cariño y comprensión, sin engaños ni falsas esperanzas. El acuerdo tácito entre la groupie y el artista caduca al final de la gira, un último beso y nada de lágrimas. Todos a casa y contentos… Bill Wyman, ex-bajista de The Rolling Stones, compulsivo en su metódico archivo vital, recopiló más de 1000 nombres entre las chicas que se acercaron a él. Afortunado, dirán muchos. Porque dentro del corazón de algún palurdo que se inicia en la música se halla el inconfesable anhelo de dominar con la mirada a todo ejemplar apetecible del sexo contrario. Los que piensan así acaban por lo general guardando su guitarra en un polvoriento armario y ciñéndose a su triste y rutinario sino. En el mundo del arte (porque el Rock lo es, no os quepa duda), aquellos que han sido bendecidos con un don gozan de las mieles del éxito, y a estas alturas nadie duda de las connotaciones sexuales que la fama acarrea. Sin comerlo ni beberlo, al artista encuentra a la puerta de su camerino un enjambre de fans del que, si tiene a bien, se aprovechará. Nada es gratis: si dicho artista quiere estar bien acompañado en su gira, hará un hueco en su roulotte para la groupie, le pagará el alojamiento, la comida y la droga. Cariño sin amor, sexo con cariño, conveniencia y reciprocidad sin hipocresías. Estáis avisados, esto es así y no hay vuelta de hoja…No hay que buscar muy lejos para encontrar claras referencias al fenómeno groupie en la música. Michael Jackson (“Dirty Diana”), Frank Zappa (“The Mud Shark”), Led Zeppelin (“Living Loving Maid”), Lynyrd Skynyrd (“What’s Your Name”), Guns and Roses (“It’s so Easy”) o AC/DC (“The Jack”, “Whole Lotta Rosie”) han elevado a las fans más agradecidas a un estátus casi mítico. En el cine tampoco faltan alusiones: “Sid and Nancy” narra la historia de amor entre una seguidora (Nancy Spungen) y el bajista de los Sex Pistols Sid Vicious, en “The Wall” (la película de animación basada en el legendario doble disco de Pink Floyd) vemos a una groupie aventurarse en la habitación de hotel del protagonista, Pink, y más recientemente, el director Cameron Crowe trazó una desgarrador trío amoroso entre la groupie Penny Lane, el guitarrista de Stillwater y un corresponsal de Rolling Stone en “Casi Famosos” (2002). Para dibujar el personaje de la dulce Penny Lane, Crowe se basó en Bebe Buell, la groupie más conocida de todos los tiempos. Lejos de pertenecer a una banda de groupies (GTO’s, Plaster Casters), Bebe Buell fue por libre y se las agenció para vivir entre camerinos y autocares durante casi 20 años. La joven Buell (Portsmouth, Virginia, 14/07/1953), de ascendencia británico-germana, modelo y cantante, se mudó a Nueva York en 1972 en busca del éxito. Dos años más tarde era elegida Playmate del mes. Tras su aparición en Playboy, Vogue y Cosmopolitan le ofrecieron sendas portadas. Ya inmersa en la vorágine, inició una intermitente relación con el músico y productor Todd Rundgren, que se extendería hasta los albores de los años ’80. Metida de lleno en el mundo del Rock and Roll, Bebe Buell se dedicó a sacar brillo a su nombre frotándolo con sábanas de seda. Sábanas entre las cuales no dudó en retozar junto a Iggy Pop, David Bowie, Mick Jagger, Jimmy Page, Rod Stewart, Stiv Bators, Elvis Costello, John Taylor y por supuesto Steven Tyler. En 1977 nacía su hija Liv, cuya paternidad se atribuyó en un principio al bueno de Rundgren. Tuvieron que pasar 14 años, pero finalmente el vocalista de Aerosmith asumió el papel de padre de la ahora famosa actriz Liv Tyler. En 1992, Bebe Buell contrajo matrimonio por primera vez con el actor Coyote Shivers, aunque su relación apenas duró siete años. Para sus segundas nupcias, el elegido fue el guitarrista Jim Wallerstein, que la acompañó en la Bebe Buell Band hasta 1997. Ya en 1981 la Srta. Buell había debutado con un EP producido (cómo no) por Todd Rundgren. Cuatro años más tarde, junto a la banda The Gargoyles, publicaría dos singles. La irregular carrera musical de la cantante y modelo no ha resultado tener el impacto que ella esperaba, pero gracias a su faceta como super-groupie, Bebe Buell ha conseguido cierto reconocimiento tras la publicación de sus memorias en 2001. Se podría decir que la chica finalmente lo consiguió. ¿A qué precio? Bueno, parece que no se lo ha pasado mal del todo… ¿Cuantas canciones habrá inspirado esta mujer? ¿Qué fascinante secretos de alcoba habrá compartido con nuestros ídolos? ¿Sería legítimo censurarla? Bebe Buell es puro Rock and Roll, porque al fin y al cabo de eso se trata, de hacer lo que uno quiera, cuando quiera y como quiera. El fin justifica los medios, aunque a veces éstos no necesitan justificación. Yo brindo por ella, y por todas las “Rock and Roll Women”. ¡Salud! |