Después de dos semanas, finalmente me doy cuenta de una cosa,: Esto es casi un castigo divino, y os pongo en situación: Llevo dos semanas en Roma, haciendo las prácticas de mis estudios, hemos sido premiados con una importante beca para realizar nuestras prácticas aquí, en una empresa italiana. Lo llamo castigo divino, por dos razones: Divino por ser la ciudad en donde levantas el pie y tienes una piedra con historia, y castigo por ser el lugar donde la decadencia urbana esta a la orden del día. Donde la corrupción, el mamoneo y el caos es el pan nuestro de cada día; una ciudad donde no existen más leyes que las del dinero y la publicidad; la ley de los carteles pagados con los impuestos de cada romano, dando publicidad a la desfachatez, sustentada en el dinero y en la mentira…Una ciudad donde sabes que si quieres, puedes llegar muy alto: Es como una pequeña America, pero a la europea, eso si, si lo prefieres te puedes hundir en la miseria, la que se esconde cada día en las estaciones de trenes, la que no sale por la televisión, ni en los programas sociales, también puedes pasar desapercibido, como uno mas, mirando hacia otro lado cada vez que pasa esto.
Pero mas que nada es castigo, por estar alejado de mi tierra y mi gente, a pesar de parecernos tanto, por ser tan próximos, se sigue echando de menos el calor de la gente, la personalización de cada mirada, el sentir de cada beso en la mejilla, las sonrisas anónimas por la calle…pero sobre todo es castigo por echar de menos cada día a esas personas tan especiales que se esconden detrás de cada teclado, de cada pantalla, de cada teléfono, de cada cuerpo, dejando en evidencia mi debilidad, las personas. Seria estúpido quejarme y maldecir la situación por la que estoy pasando ahora mismo en esta ciudad hostil, pero lo cierto es que reúne todos los componentes para disfrutar con cierto encanto de algo añejo, quizás si no fuera por la gente, algo muy “doom” y por eso vamos a aprovecharlo. Basta ver el barrio “encantador” del Trastévere (donde resido) es una mezcla entre tradición y modernidad, desde casas viejas, con las fachadas desgastadas, sucias y decrepitas, hasta modernos edificios reconstruidos, de donde salen jóvenes de apenas 14 años imitando a sus mayores, con gafas de sol, llueva, nieve o haga sol. Un lugar encantador en donde cada día te juegas la vida cruzando la calle, donde el peatón es el enemigo, el obstáculo al que sortear, donde el cruce de ambulancias hace que cada café sea como un tiro en la sien, acompañado del clamor de las motos, donde cada semáforo es una nueva competición para ver quien se muere antes sobre las calzadas romanas de fría piedra, aquí, donde el asfalto apenas existe. También es verdad que todo tiene su parte positiva, se respira constantemente el suave olor a pan, a romero, a horno expulsando sus delicias. Se disfruta sin descanso de la compañía, solitaria, de un árbol, que por desgracias de la vida, ha acabado solo, arrinconado en un fragmento de calzada, con su imponente copa a varios metros de altura, como intentando escapar de lo que se cuece debajo de sus ramas…lo cierto es que cada vez que vuelvo a verle, crece un poquito, intentando alcanzar ese cielo prometido, que le prometió aquel pájaro que le trasladó, cuando aun era semilla. Lo cierto, es que al fin y al cabo, la vida es la vida, sea aquí o sea en Madrid, dos monstruos, dos seres infernales, pero con su pequeño corazoncito que late a ritmo vertiginoso, sin pausa, sin infartos. Y yo, estoy dispuesto a descubrir ese corazoncito, sea como sea. Mientras tanto degustare este magnifico café, que solo saben hacer por aquí, con maquina vieja, con historia, con émbolos oxidados y como dijo un sabio español, un P. Tinto, con azúcar haciendo isla sobre el café, y deleitándome con Coil, de Opeth, que parece que el día va cogiendo otro matiz. Sirva esto, a modo de introducción. |