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Mustang Blues (Cap. 2) PDF Imprimir E-mail
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Escrito por Ludorf   
Domingo, 13 de Diciembre de 2009 22:40

Pensé que con la desaparición de Enzo todo llegaría a su fin, pero me equivoqué. Realmente su muerte sirvió para que todo comenzase...

MUSTANG BLUES (Cap. 2)

Tras la ausencia de Enzo nada era igual en el "Mamma María". La tranquilidad no podía volver a la cabeza de Maria.

Yo seguía siendo el "hijo" de María. Ella me seguía cuidando y yo me seguía ocupando de los recados.

María no me perdonaba que hubiese sido capaz de hacer el difícil trabajo de liquidar a Enzo, su hijo, pero a la vez comprendía que yo era la única persona de su confianza que podía seguir llevando a cabo sus negocios fuera del local. De cualquier modo, la relación entre María y yo se iba deteriorando cada día que pasaba.

En uno de mis recados conocí a Lucía. Era hija de Casto Dellangelo, el Sottocapo de la mafia calabresa, el cual pasaba unos cuantos días al año en Chicago. Dellangelo Solía venir  con toda su familia. Tenía un gran poder en Calabria, donde era conocido como "Il controllore" (el controlador) porque quisieras o no, más tarde o más pronto acabaría enterándose de si habías hecho algún negocio que escapase a su control.

Lucía no era una mujer especialmente guapa. Era una de esas mujeres atractivas. Pelo castaño, ojos negros, piel no demasiado clara, labios normales, pero que cuando besaban parecían sin igual. Yo no solía salir con mujeres porque mi trabajo me lo impedía. ¿En que medida? En tanto en cuanto no podría dar a una mujer la vida que necesitase mientras yo trabajase para María. Pero Lucía sabía de que iba este mundillo. Sabía de los negocios de su padre, y aunque no los aprobaba, jamás le puso oposición.

Lucía conocía también mis intenciones. No fui yo el primero que se quedó prendado de ella, ni el primero que le dijo un "hola" con cara de asombro. No puedo recordar lo que sentí. La verdad es que hoy día puedo recordar muy pocas cosas de mi vida anterior. Mi memoria y yo comenzamos a no llevarnos demasiado bien. El caso es que cuando volví al "Mamma Maria", Maria me preguntó si había ocurrido algo fuera de lo normal en la última entrega, en casa de Casto Dellangelo, a lo que respondí con un "No. Todo ha ido igual que siempre". Maria me dijo que había recibido una llamada del Sottocapo pidiéndole si conocía a alguien que pudiese llevar a su hija al teatro y entretenerla un poco, ya que el debía terminar unos negocios que había venido a cerrar a la ciudad, y claro, Maria le dijo que tenía a la persona idónea. Esa persona era yo.

La verdad es que no supe que decir. Me gustaba la idea de ir al teatro con Lucía y a la vez me asustaba la idea de no estar a la altura de la hija de un Sottocapo, pero aprovechando que tenía permiso de María decidí que aquella podía ser una manera distinta de pasar una buena tarde. Y así lo hicimos. Fuimos al cine y después la llevé a cenar a un buen restaurante donde me conocían.

El chef se extrañó de verme acompañado de una mujer tan atractiva. Me guiñó un ojo y me dijo algo como "Ya era hora, que se te va la edad". Lucía no entendió nada, y el Chef tampoco, pero yo estaba orgulloso de estar acompañado de una mujer como Lucía. Aquella noche estuvimos fuera hasta las 23:30, hora en la que prometí a María que Lucía estaría en su casa.

Puntual como un reloj suizo, como lo hago siempre, nos abrió la puerta el propio Casto Dellangelo. Al verle no pude sino quitarme el sombrero y bajar la mirada en señal no solo de respeto, sino de sumisión. Dellangelo  me invitó a entrar y, aunque extrañado, accedí.

Me sentó en un sillón y comenzó el interrogatorio:

- Dellangelo: "¿Que tal lo ha pasado Lucía?"

- Yo: "Sottocapo Dellangelo, creo que eso debería preguntárselo a ella, pero yo he puesto todo de mi parte para que fuese la mejor velada que haya pasado en la ciudad, así que espero no haberle decepcionado".

- Dellangelo: "Verás Tony, le he dado muchas vueltas a este tema. Mi familia en Calabria está siendo acosada por el consigliere de Don Carlo Gambino. Últimamente envió un regime (un grupo de soldados) para recordarme que mi familia no está segura en Calabria. El consigliere está apuntando más alto de lo que el cree, y la verdad es que no me gustaría que Lucía corriese tantos riesgos en Calabria. Estaba pensando que quizá tu te quisieras encargar de ella, en el buen sentido de la palabra, y protegerla mientras esté aquí en Chicago."

Otra vez no sabía que decir. La sola idea de tener que cuidar de alguien y de atender mal mi trabajo me aterraba, pero accedí a la petición de Dellangelo. Acordamos que me pasaría a la tarde siguiente, ya que tanto su esposa como el saldrían de vuelta a Calabria.

Como la situación con María no era la más aconsejable para mí y nuestra relación se había vuelto casi insostenible, decidí darle la noticia esa misma mañana:

- Yo: "Mamma, tenemos que hablar. Esta situación es insostenible"

- María: "Si vas a decirme otra vez que solo obedecías mis órdenes olvídalo ragazzo."

- Yo: "No María. Esta vez es para darte las gracias por todo lo que has hecho por mi." María me miró extrañada. "El Sottocapo Dellangelo me ha pedido que me haga cargo de Lucía, su hija. Su esposa y el vuelven a Calabria esta tarde." Estaba nervioso. No sabía como afrontar la situación. "María, Lucía y yo nos vamos a San Luís". Así, de un tirón. Como el que aprieta el gatillo sin pensar en las consecuencias. María me miró. Poco a poco sus ojos se iban empapando, y sus labios y barbilla comenzaban a temblar.

- María: "Nessuno dovrebbe perdere un figlio nella vita". (Nadie debería perder un hijo en la vida). Sus últimas palabras fueron "Sé feliz y no me olvides". Me dió dos besos y yo di media vuelta. No miré atrás.

Recuerdo la tarde que recogí a Lucía. Recuerdo el llanto de su madre. Recuerdo el suyo propio. Recuerdo las palabras de Dellangelo "Tony, vi prego de fare attenzione, come si fosse la tua carne, con la vostra vita se necessario." (Tony, te ruego que la cuides como si fuese tu carne, con tu vida si fuese necesario). "Sottocapo, così farò. Lucia è la mia carne e dare la mia vita per lei" (Sottocapo, así lo haré. Lucía será mi carne y daré mi vida por ella). Me abrazó. Era la primera vez que veía a un hombre llorar de agradecimiento sincero. Era la primera vez que veía a la mano derecha de Don Carlo Gambino llorar. Y por supuesto, no fue el mejor comienzo posible entre Lucía y yo.

Aquella misma noche fuimos a la estación de tren de Chicago y tomamos el tren de la Eastern Illinois Railroad hacia San Luís. Sentados uno frente a otro. Una maleta cada uno. Lucía no dejaba de mirarme. Yo no dejaba de corresponderla. Me senté a su lado y pasé mi brazo por encima de sus hombros. Rompió a llorar y esbozó un "¿Que vamos a hacer ahora?". Traté de tranquilizarla: "Le prometí a tu padre que cuidaría de ti. Y ahora te prometo a ti cuidarte y también que no dejaré que nada te pase". No sabía siquiera si sería capaz de llevar a cabo alguna de las dos promesas...

Última actualización el Martes, 12 de Enero de 2010 15:48
 

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